En la época medieval el casco urbano de Llerena estuvo rodeado por una cerca amurallada, testimonio de la importancia que la ciudad medieval tuvo en su entorno.

El origen del recinto amurallado es incierto; es posible que D. Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de la Orden de Santiago, ordenara su construcción entre 1387 y 1404, aunque también hay indicios de que  podría ser de principios del s. XIV. Los sucesivos maestrazgos de la orden santiaguista impulsaron mejoras en dicha muralla; la mayor parte del cerco amurallado fue reconstruido por el maestre don Fadrique a mediados del siglo XIV, de cuya época datan numerosos lienzos de muralla.

La construcción es de argamasa, mampostería y ladrillo, usado de forma parcial en arcos, almenas, cubiertas y esquinas, todos, materiales habitualmente empleados por los árabes en este tipo de edificación; los lienzos se coronan con almenas sin remates o terminadas en formas piramidales y se refuerzan con torreones, en la mayoría de los casos de planta rectangular. También se han conservado algunos tramos construidos con tapial.

La comunicación del recinto urbano con el exterior se efectuaba a través de cuatro puertas principales que se orientaban según los puntos cardinales; al norte la de Villagarcía, al Sur la de Reina, al Este la de Valencia y al Oeste la de Montemolín; actualmente se encuentran restauradas la puerta de Villagarcía y la Puerta de Montemolín, sobre la cual se levanta un original templete que alberga una hornacina decorada por pinturas al fresco con el tema de la Inmaculada y la paloma del Espíritu Santo, pinturas que habría que poner en relación con el voto o juramento del dogma de la Inmaculada para la entrada en la ciudad, como sucedía en otras localidades del sur de España.

También existían un buen número de puertas menores o portillos que servían para acceder a la ciudad en zonas intermedias entre las puertas; se conserva perfectamente el que se localiza en este lugar, denominado “Portillo del Sol”.

La cerca amurallada cerraba totalmente la ciudad y desempeñaba una misión defensiva; las puertas tenían una función fiscal, cobrándose impuestos por casi todas las mercancías que entraban en la ciudad para su posterior venta; además en caso de epidemias la función de esta muralla era la de aislamiento.

El cerco íntegro se mantuvo en su totalidad hasta mediados del siglo XIX. Precisamente es en torno a este acceso, donde podemos contemplar uno de los mayores fragmentos del lienzo amurallado que ha llegado hasta nuestros días. Frente a él se ha dispuesto un espacio ajardinado que se conoce como plaza o parque Cieza de León en honor a Pedro Cieza de León, uno de los personajes ilustres llerenenses más renombrado, y considerado como uno de los principales cronistas de Indias. Con  tan sólo 15 años partió a América, continente en el que participó en diversas expediciones; aunque emigró como soldado; su curiosidad natural e inquietudes humanísticas le impulsaron a dedicar buena parte de su tiempo libre a la redacción de sus crónicas. Fue llamado “El príncipe de los cronistas de Indias” y es el autor de las “Crónicas del Perú”, conjunto de libros fundamentales e imprescindible para el conocimiento de la América precolombina. En su memoria, en este lugar, se ha erigido un monumento conformado por una escultura en la que se representa al personaje, recostado sobre un lecho de rocas en la acción de escribir, quizás llegada ya la noche, tal y como él mismo nos relata en sus crónicas “cuando otros descansaban, cansábame yo escribiendo”.

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